Píndaro, nacido hacia el 522 o 518 a.C., fue probablemente el mayor poeta lírico que haya visto nacer la Grecia clásica. Vivió en una época de exaltación no solo de la comunidad sino también del individuo representado a través de obras de arte firmadas y de la lírica. Los aristócratas se quieren hacer señalar, la búsqueda de la areté (ser el mejor) es un objetivo y para ello hay que competir y ganar, lo cual se consigue a través de actos comunitarios como el simposio o el banquete, las competiciones líricas, de música, en política y, como no, a través de los juegos.
Píndaro fue un poeta que, como la mayoría, actuaba y escribía por encargo, toda vez que también competía exaltando sus creencias y las virtudes de su patria, igual que hacía el resto. Pero de la obra que ha llegado hasta nosotros, donde más destacó fue en la composición de sus Epinicios. Estos eran poemas compuestos a la gloria de los vencedores en las pruebas atléticas de los juegos, y que le eran encargados por los mismos vencedores para su mayor gloria y exaltación. Son composición corales, donde se canta y se baila al ritmo de un coro con música de lira o flauta. Escribió para los vencedores de los cuatro grandes juegos panhelénicos: Olímpicos, Píticos, Nemeos e Istmícos.
Así remarcar el linaje del vencedor, de su ciudad y sus gobernantes, todo para hacer crecer la excelencia del individuo y así encumbrarlo aún más ante la sociedad. Era un acto que se revestía de fiesta y a la vez solemnidad, de gran importancia.
La gran trascendencia de los versos de Píndaro supuso que el ser incluido en sus obras significase todo un honor y acercamiento a ese ideal perseguido de la areté. Pero no solo eso, además significaba ser proclamado a los cuatro vientos e incluido en los mitos, utilizados para la comprensión y exaltación de la patria, la estirpe y el propio individuo, era una pequeña porción de inmortalidad.
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